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Triste decepción – 5ta. de abono.

Ya sabía mi instinto de aficionado, instinto que se sustenta en ir a casi 20 corridas en Colombia por sólo ver una, que repetir lo vivido el domingo anterior no iba a ser fácil, si es que era posible. No es pesimismo, es que la tauromaquia se compone de excepciones, no de repeticiones. Vale más un solo muletazo de verdad, que 100 mantazos, uds. entienden mi idea. La expectación despertada por las fotos que circulaban de los santabárbara, del cartel de «media tabla» pero con toreros forjados a fuerza, la promesa de una tarde solitaria, de sólo aficionados, de 1/3 de Plaza. Una de esas tardes que, como me decían en el tendido, gustan a los aficionados, más no a las Empresas. Así se formaba una tarde que prometía y que se transformó en una triste y profunda decepción por el espantoso comportamiento de los animales del capitán Barbero. Pero les voy contando parte por parte.

La tarde estuvo precedida por un fuerte aguacero, con granizada incluída, que retrasó media hora la corrida. En ese tiempo, el equipo de monosabios logró arreglar un pantanal y convertirlo en un ruedo presentable y apto para la lidia. Well done! Desde el principio el cielo nos obligó a usar los ponchos y resguardarnos en las carpas del guaro. ¡Claro, para el frío! A las 4:00 inició el paseíllo, tan extraño para nosotros como lo sigue siendo el de la Santamaría. Me gusta más el de mi decadente Cañaveralejo, partiendo Plaza. Detalles. Maricaditas.

El cartel estaba compuesto por toros de Santa Bárbara, del capitán Barbero y que pastan por estos lados tan cercanos de La Calera. Toros que iban para Diego Urdiales, Iván Fandiño y el colombiano Juan Solanilla. Como dije más arriba, a mi estos carteles sin tanto bombo en cuanto a figuras y anunciando ganaderías que considero serias, me alientan a comprar el abono y volver a la Plaza. El día que no haya al menos una de ellas, paila, nothing else matters. Y con lo lindo que pasé el domingo anterior, tenía esa afición renovada. No voy a ser fatalista y decir que ya todo se fue al carajo. De hecho, sí se está yendo al carajo, pero ganaderos como el Sr. Barbero o la familia Sanz, mantienen, así sea languideciendo, este cuento de los toros. A pesar de que este domingo el encierro de Santa Bárbara vino de mal en peor y no dio ningún juego.

Los 7 toros (ya que Iván Fandiño regaló uno más, el de irnos) estuvieron completamente faltos de raza y de verdadera bravura. De presentación muy desigual, hubo mono grandes y pesados (sobre los 520 kg) y otros, más flacos y muy armados (algo más de 470kg). A todos, en mi opinión les faltó cara de toros, esa cara que no sólo la da el tamaño y la edad, sino también la casta, la raza y la bravura. Se supone que uno debe ser completamente objetivo pero ver una ganadería tan seria y con tanta afición como Santa Bárbara reventar con tanta falta de todo, duele. Y mucho. Sin conocerlo siquiera, imagino al capitán Barbero descosiéndose los sesos, tratando de descubrir qué salió mal. Estoy seguro que estará herido en su orgullo ganadero y apenado con la verdadera afición bogotano, que dejó la comodidad de su casa en medio del granizo para ver su corrida. Y lo digo porque en años anteriores, Santa Bárbara ha dado corridas serias y verdaderas, que le han merecido lo que hoy escribo. A re-tentar, a volver a probar, a desechar y seguir en la búsqueda de la raza, es lo que le queda. Lástima y mucha.

Uno por uno, en el primero estuvo Iván Fandiño, que confirmaba en Bogotá. Al frente tuvo un toro manso, receloso y probón, que huyó a los capotazos de los subalternos. Metido a fuerza de mano al capote de Fandiño, lo llevó al caballo donde dio una pelea bravucona. Igual de receloso en las banderillas, llegó con su poco poder y raza a una muleta muy poderosa del español. Con una lidia muy completa y conocedora, Iván Fandiño logró exprimir las condiciones del toro, logrando una faena que se vio coherente y bien hecha. Probando y recelando durante los tercios anteriores, podría decirse que el toro se vino a más, pero por voluntad y lidia del de a pie. Me gustó su faena y me gusto su honestidad torera, dando lo mejor para lidiar un animal que muchos hubieran zafado por manso. Aún así, a su pesar, no logró rematar su labor en la suerte más importante, la que les da su nombre de matador y así se fue la que quizá hubiera sido la oreja más verdadera de lo que va de temporada. Al menos, yo hubiera pedido una. En el quinto de la tarde, Fandiño poco pudo hacer frente a un manso de libro, vacío, parco, sin raza. El español despachó rápido con buena estocada y quedándose sin encierro, sin premios del público y con las ganas de agradar a Bogotá, ofrecióse para lidiar un séptimo toro, si la Presidencia y sus alternantes lo permitían. Siendo así, saltó un 7mo. toro, el más avacado del encierro y creo el menos contrahecho. Siguiendo el comportamiento de sus hermanos, careció de valor y rápidamente busco el refugio del rajado. Fandiño lo trasteó con valor, dándole ventajas de toro manso y arriesgo un poco en favor de agradas. El público, agradecido por la ñapa, le entregó una oreja y seguramente, dejándo la Plaza en buenas migas para volver el próximo año.

El que ya no está bien parado con la afición bogotana es Diego Urdiales. En el segundo de la tarde (por ceder el 1ro. a Fandiño), Urdiales tuvo en suerte un rajado, bravucón, que no quería saber nada de nada. El español, con miedo manifiesto destoreó al animal hasta llevarlo al punto del soponcio. Siendo así y tratando de abreviar, convirtió la última suerte en un despropósito. Un pinchazo hondo y yanosécuánto intentos de descabello, se vino la Plaza encima. Con una Presidencia indulgente que le regaló cerca a 45 segundos, tocando sólo dos avisos y esperando un par de segundos (en el tiempo de la suerte suprema, cada uno es una eternidad). A nuestra consideración de aficionados, debieron ser los tres avisos y puntilla. Una gavilla de Usía, que no debería darse. Así se iba pitado con algo de razón. Pudiendo sacar la espina a punta de pundonor, a Urdiales se le metió el miedo también en su segundo (4to. de la tarde). Era un castaño armado, bravucón y traicionero, que se revolvía con prontitud. El de a pie, manifestando la condición en exceso peligrosa y a falta de voluntad, se fue a la 3ra. o 4ta. tanda por el estoque y ahí sí lo hizo con decencia. Ya no había pitos, había indiferencia. Así, simplemente le he visto 3 tardes y en las 3 ha salido como si nunca hubiera venido. Ha venido de paseo a estas tierras americanas. Quién sabe si vuelva. No creo. Colombia no fue lo suyo, my friend.

El último del cartel fue el colombiano Solanilla. En su primer animal se enfrentó a un toro de decente hechuras. En mala lidia, el animal no fue picado, la pica no llegó a cruceta y el animal nunca humilló. Solanilla estuvo bien con el capote, pero hasta ahí. El toro era noblón y Solanilla pudo mantearlo sin templar un solo pase. Con sentido, el animal empezó a defenderse y el colombiano siguió manteando a media altura y sin mucho sitio. Poco expertise. Plantó una buena estocada y el público concedió una oreja larguísima. LAR-GUÍ-SI-MA. El sexto toro de la tarde ya venía con el peso de una corrida donde no había encierro a pesar de que, si mal no recuerdo y siendo largo, fue el «mejor» de la tarde. Mejor muy entrecomillas. Así, fue el peor presentado del encierro en sus hechuras, de pitones bien chiquitos. A mi memoria de lo poco que recuerdo viene que fue el más fijo de la tarde y que menos buscó tablas. Ya no sé. Aún así, recuerdo que Solanilla estuvo muy destemplado, sin sitio, sin lograr embarcar la embestida. Le falta mucha mano. Ya recuerdo que me decían que así, pequeño y desarmado, iba a servir. Pues ahí sirvió, pero la falta de recorrido de Solanilla se evidenció en un animal que no exigía mayores papeles tampoco. Por ahí salvó una cornada cantada, gracias a la falta de palitos del burraco. Solanilla debió cerrar una tarde que fue de 7 mansos por el regalo de Fandiño.

Lástima por una ganadería seria y de las que me gustan a mi, pero así son estas cosas. «La búsqueda», como la llamó mi amigo Botija, es un camino más lleno de amarguras que de alegrías. Esto es una Fiesta, más no una parranda. Y los matices grises y oscuros son los que de verdad contrastan las verdaderas apariciones de la Tauromaquia. Pocos, los más pacientes, llegarán a verla en su esplendor. Así lo creo yo.

Abadía Vernaza.

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4ta. y 5ta. de abono.

Por diferentes razones, entre ellas una absoluta pereza de escribir, dejé pasar las corridas de Santa Bárbara y Juan Bernardo Caicedo. Trataré de hacer memoria de lo ocurrido en esos dos días. Cualquier inconsistencia atribuidla a mi falta de constancia y pereza mental. Quedamos así.

En orden, la 4ta. de abono fue una corrida interesante, enviada por el capitán Barbero a Bogotá. Toros bien presentados, con cara, trapío y buen peso. Frente a ellos estuvieron Diego Urdiales (torero que me apetecía ver por lo leído en la taurósfera española), a Miguel Abellán (torero español que recala siempre en Cali, donde hace y deshace, por fuera del ruedo, of course) y Sebastián Vargas (torero colombiano con valor y suerte. Sobretodo, suerte). De detalles ya poco queda en mi memoria de aquella tarde. Lo que sí recuerdo es el encierro de Santa Bárbara que puso en aprietos a los de a pie. Una corrida con sabor y picante que permitió ver la gama que va de la bravura a la bravuconería. También, recuerdo un temerario par al violín de Sebastián Vargas a su primero, arriesgando de verdad las carnes, sí, sí. Diego Urdiales no estuvo a la altura de lo que esperaba de él. Y Miguel Abellán no estuvo en «modo caleño» pero tampoco rescato mayor cosa de sus faenas. Al menos, nada se me ha quedao’ en la memoria. Eso sí, salí contento con el encierro de Santa Bárbara, preguntándome por qué la «corrida de los 80 años» no fue para Mondoñedo, pero bueno, los toros cumplieron y eso es más importante. Seguíamos con animales que daban de qué hablar, usualmente para bien.

La 5ta. de abono correspondió a la ganadería de Juan Bernardo Caicedo y con ellos venían en el cartel «El Cid», Luis Bolívar y Daniel Luque. Sin desear ningún mal y una pronta recuperación a Castella, ese cambio de último minuto fue mi agrado. No es para nadie desconocido que el toreo del francés me aburre, como si viera 60.000 veces el mismo video en Youtube. Y por eso, el cambio por El Cid era, al menos, algo que me motivaba. El Cid es un torero que me gusta. Tiene algo que me hace creer en él. Y para mí, ese domingo lo demostró. Salió a torear de verdad, especialmente en su primero, templó, mandó y lidió. Tal vez alguna de sus orejas fue muy larga, pero sinceridad demostró en el ruedo. Además, esa tarde El Cid ebullía torería, toreando, agradando y mandando como director de lidia. A mi, que me tildan de «enemigo» de los toreros, me agradan ese tipo de detalles y los aprecio. Son reflejo de no sólo vestirse, sino sentirse torero. Ahora, de Daniel Luque debo decir que también me gusta (¿será que me estoy ablandando?). Me gustan sus formas poco ortodoxas de interpretar el toreo, sin perder el sitio y el temple. En su primero ejecutó una bonita faena que fue rematada con un «estoconazo» de antología. En serio, propinó una muerte certera y digna a un buen ejemplar de Juan Bernardo Caicedo, que si no recuerdo mal fue premiado también con vuelta al ruedo, ganando a ley una oreja por su lidia y otra por la estocada. Una comunión que poca veces ocurre. En su segundo estuvo muy por debajo y apenas recibió unas tímidas palmas. Sin embargo, Luque sigue siendo (en esa única tarde que le vi este año) un torero con mucho futuro y obviamente, mucho camino por recorrer para alcanzar la maestría. Al menos va por buen camino. Camino que no ha seguido Luis Bolívar. El colombiano ha pasado de ser una promesa de la verdadera torería a un enorme promotor del destoreo, la falta de sitio y los truquitos. En ambos animales (y en varios durantes las últimas dos temporadas) Bolívar ha demostrado que su arte se está diluyendo en un mar de mentiras. Toreando a control remoto, dejando espacio pa’ que pase una tractomula entre toro y él, Bolívar apela al discurso de ser «el torero colombiano con mayor proyección en los ruedos españoles» para obtener el favor del público voluble que colma la Santamaría y a punta de orejas demasiado, pero DE MA SIA DO largas, ha salido triunfante cuando sigue sin volver a demostrar por qué en algún momento fue considerado promesa del toreo (el de verdá, pa’ que no queden dudas). Lástima por Bolívar, de tanto idolatrar al santo se le termina quemando. Paila, como diríamos los más pollos. Los toros de Juan Bernardo sí fueron algo destacable. Bonitos, bien hechos, de buen juego en general, siguieron poniendo una buena nota a esta temporada de mucho toro y poco torero. Entre bastidores cuento que se quedó un hermoso sobrero en los corrales de la Santamaría, por culpa del tejemaneje en el sorteo y la CARA que tiene ese mono de JBC. Seguían los toros buenos y de verdad. Ay, cómo me estaban dando de gusto!

Les dejo tres galerías de fotos, una de la 4ta. de abono, otra de la 5ta. de abono y una de los juanbernardos en los corrales, todas de mi gran amigo, «más amigo de los toreros que yo» y cada vez mejor fotógrafo, Andrés Rivera. De paso, lean su bló, se los recomiendo. De las diferentes perspectivas, decía un buen aficionado venezolano, «es que el mundo del toro es muy arrecho». Eso es verdá.

Abadía Vernaza.

PD: Esta tarde o mañana escribo lo ocurrido en la 6ta. y última de abono en Bogotá (y de la temporada taurina colombiana… 😥 SNIFF). Eso aún lo tengo fresquito, fresquito.

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El Toro nos visitó en Bogotá.

He regresado un año más a la Santamaría. A la que acuerdo con sus slogan publicitario (para atraer people, obvio) es la mejor feria de América. Sin ser un dechado de virtudes, la Temporada Taurina en Bogotá es la mejor rematada tanto en toros como en toreros. Es la feria más decente de este lado del charco. A la novillada no fui, no me levanté. A la corrida sí. Y menos mal lo hice.

El Capitán Barbero ha enviado un encierro con todas las de la ley, en trapío y comportamiento. Todos los toros tuvieron la seriedad que manifiestan los animales bien criados y bien enrrazados. Desde el sorteo, se veía en los corrales una corrida serie, bien plantada, una tarde con ají. Y como ya es costumbre acá, y en todo lado, estas corridas serias, poderosas le tocan «en suerte» (porque acá de azaroso no hay nada) al cartel con menos peso de todo el ciclo taurino, en este caso, la penosa «corrida de colombianos». Los 6 toros de Santa Bárbara revelaron la falta de sitio, técnica y valor de los tres alternantes. A mi modo de ver, fue de esas corridas que tanto me gustan, donde el Toro, la supuesta bestia bruta, humilla el honor de la razón humana. Los tres pobres toreros nunca supieron qué hacer con los animales del Capitán, y a punta de trapazos quisieron disfrazar faenas que, afortunadamente, no todos se tragaron, especialmente en los tendidos de sol. Una tarde donde el grito de Toro, Toro, Toro hizo su aparición en todos los turnos, y los espadas, honor por el suelo, no podían hacer nada para evitarlo. Además, sus pocas condiciones así se los permitían. Dos toros premiados con vuelta al ruedo, junto a dos orejas regaladas para no seguir «insultando» más a la razón humana. Es más, me sorprendió ver a la Santamaría tan entregada al animal, cuando para nadie es un secreto que esta Plaza es más de toreros.

Pero es que ayer Bogotá tuvo a bien recibir la visita de 6 toros, con bravura los más, con resabios de manso los menos. Pero animales que destaparon la incapacidad torera de los actuantes y salieron vencedores en una tarde donde al final, después de despedir a los toreros entre algunos aplausos y algunos pitos, la afición pidió la vuelta al ruedo al ganadero, quien humildemente, disfrutando de su triunfo, accedió a saludar desde el tercio frente al burladero de matadores. El mismo burladero donde todos, subalternos y apoderados, sacaron cartilla a ver si alguno de los matadores podían entender qué hacer con alguno de los animales. Y que así no hicieron.

Palmas unánimes al terminar la corrida al ganadero, quien cumplió con su cuota de la tarde, enviar un gran encierro. No digamos que lástima que no haya habido toreros, eso ya lo sabíamos. Mientras haya toros, al menos yo, soy feliz. ¡Y nos falta la Mondoñedo!

Abadía Vernaza.

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