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Elegía por lo olvidado. – 1ra. Abono.

Estando en la Plaza, la primera mitad de la corrida la resumía con una palabra: Dureza. El primer toro, llamado Gitanito, había resultado manso y peligroso, una alimaña, que Castaño tapaba para poder torear. El segundo, Sasaimuno, marcaba un interesante bravura, que exigía, y a la segunda tanda propinó dos certeros pitonazos que resultaron en grave cornada a Alberto Aguilar. Y el tercero, Palmireño, brindó una brava lidia y hacia el final J.F. Alzate vivió una guerra para poderle estoquear, sonando los tres avisos. Era una corrida muy dura, si lo reducíamos a lo acontecido. Pero después, vinieron otros matices y con el pasar de los minutos empecé a dudar si eso que ahora llamamos aspereza y dureza simplemente es la misma bravura que se ha perdido de las Plazas de Toros y los aficionados, cabales y palmeros, casi no hemos vuelto a ver.

Oyendo las reacciones después de las corrida, ciertas vertientes tachaban a la corrida de tosca, de desclasada, de falta de alegría. Y por otro lado, algunos la exaltaban por pavorosa, por seria, por verdadera. Acertadamente, se reivindicaba el miedo como ingrediente fundamental de la Fiesta Brava. Porque el miedo viene con una emoción única, un halo especial que cubre el ruedo y hace que hasta el más farolero no pueda quitar los ojos del ruedo. Desde el día antes de la corrida le decía a dos veterinarios de la Plaza de Cañaveralejo que cuando un Toro salta a la arena, la Plaza respetuosamente calla o aplaude enardecida al grito de ¡Toro! Cuando salta un novillo, el público pita, se enbronca y le llama a la madre hasta del chino de las puertas. Y siendo así, cuando saltó Bienvenido, lidiado en 4to. lugar con 568kgs., la Plaza hizo ¡Uhhh! y se empezaron a escuchar los aplausos, algo que no debería ser la excepción sino la regla. Bienvenido iba de largo, con potencia, se quería comer el capote de Castaño y cuando llegó la suerte de varas, este Mondoñedo demostró lo que tenía imponiendo su ley, ante 3 picas con 2 tumbos. El ruedo de Cañaveralejo mostraba una estampa antigua con dos caballos en el suelo y decenas de hombres y capotes controlando el caos que provocaba una bestia brava. Yo como aficionado, me fui 100 años atrás y gritaba ¡caballos, caballos!, tratando de vivir por unos segundos una tauromaquia que ya suena antiquísima. Lo más miraban con cara de quién es este loco y otro pocos y tímidos aprobaban con su mirada nuestra reacción ante el espectáculo de poderío que nos daba el toro en el ruedo. Todo esto parecía una excepción, bastante incómoda, de lo que ya dije es una tauromaquia antiquísima.

Foto por Andrés Rivera.

Segunda vara y segundo tumbo. (Foto por Andrés Rivera).

Para cerrar vinieron Canciller y Tejedor, dos toros en ley, de miras uno logra saber quién es el tío que salió de ese hoyo negro que antes llamaban de los sustos. Canciller tenía una embestida poderosa, un toro que algunos dirán que de poca “toreabilidad” pero al que se le plantaba pelea y se podía llegar a la cima en sus lomos. Se comió vivo a J.F. Alzate. Después vino Tejedor que si volvemos al término inicial, traía más dureza y también desbordó al poco toreado Alzate, que con dos corridas en el año encontró hueco en este torrente de bravura dura.

Pero ¿por qué me explayo con estos detalles, insistiendo en la dureza de su bravura? Porque con el pasar de los minutos empecé a entender que eso que ahora muchos quieren clasificar como aspereza, falta de alegría y toreabilidad, exceso de miedo, es lo que le falta a esta Fiesta tan estúpida a veces. El torear no se ha planteó nunca como dar pases, cual si se jugara con el perro de la casa, que va tras una tela, queriendo morderle. El toreo se ha planteado siempre como la lucha mortal entre un toro y un torero. La bestia pavorosa, a primera vista más apabullante que el hombre, se ve enfrentada y burlada por la sapiencia torera de un hombrecillo de a pie. Es más,en el Diccionario de nuestra querida lengua, la 2da. acepción  de Lidiar dice “batallar, pelear” y la 3ra. dice “Hacer frente a alguien, oponérsele”. Si estar frente al toro hubiese sido cómodo, el verbo lidiar jamás hubiese cargado esos significados, es más, jamás hubiese existido en nuestro idioma. En ese orden, decir “dureza” es más bien un adjetivo paliativo hacia una condición que debe ser intrínseca de la Fiesta Brava, eso que la constituye y la encumbra en la más grandes de las artes. Lo que ayer se vivió en Cañaveralejo, que parece una excepción que algunos tratan de desprestigiar por exceso, es lo necesario para volver a situar un espectáculo complejo entre los hombres y mujeres que poco o nada han aprendido del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la garra, del valor. Porque en una tarde como la de ayer podremos discutir por horas los pormenores técnicos de una tarde de toros, pero lo único cierto es que a todos nos entregó una lección de miedo y verdad que hace rato no vivíamos. Nadie espera o desea que un torero como Alberto Aguilar pague con su sangre el vestirse de torero, pero así es la tragedia de los toros. Una cornada no es en ningún momento una deshonra. Por el contrario, ese cristo caído, llevado por sus compañeros hacia la enfermería es la imagen del hombre que se paró donde casi ninguno otro se quiso parar y con su sangre recogió una herida de grandeza. Sasaimuno, un toro bravo, propinó la cornada que le ordenan sus instintos en su condición de Toro y también pagó cara su muerte ante el pasaporte casi inmediato del director de Lidia. Pero así son los toros.

Foto por Andrés Rivera.

Así iniciaba toreramente Alberto Aguilar. Se intuía una faena. (Foto por Andrés Rivera).

Foto por Andrés Rivera.

Al iniciar la segunda tanda, Sasaimuno II prendió a Aguilar. Cornada grave. (Foto por Andrés Rivera).

Castaño y Alzate, se vieron desborbados por esta casta que ya parece de otro tiempo. Que está desajustada al canon contemporáneo, y por lo tanto, incomoda. 5 de los 6 toros de Mondoñedo fueron, a mi juicio, toros bravos. Pero no la bravura de nuestros tiempos, alegrona, bobalicona y exceso afable. Esa dichosa bravura “dura”, que exige hacer el toreo. Al final comprendí, más que nunca, que es la misma bravura de siempre, que ahora tratamos de llamar dura, pero que no es más que el instinto más poderoso del Toro de Lidia.

Abadía Vernaza.

Coda:

La galería fotográfica se puede en la página Fiesta del Toro. No se pierdan todas sus fotos.

Video completo de la corrida, con reseña en Banderillas Negras. Y reseñas por la afición todo el abono.

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De media casta le viene al toro.

Me he atrasado en la reseña. Fue por pura pereza. El día 29 de diciembre se lidió un encierro de Ernesto Gutiérrez, muy en su tipo, para Diego González, El Juli y Luís Bolívar.

Cuando me refiero a muy en su tipo, fue un encierro mínimo, con lo suficiente para embestir, ir y venir, permitir el arrimón y salir por ahí, caminando fresco. Un toro de media casta, tailor made. A eso me refiero con que el dicho ahora debe rezar «de media casta le viene al toro».

Como director de lidia estuvo Diego González, esa pérdida de la tauromaquia colombiana, sacudiendo el lote más complicado de este encierro facilón. Digo pérdida porque González perdió en la suerte suprema, que nunca logró dominar, la oportunidad de ser figura, que su manera y forma de torear le brindaban. Fue un buen torero, con profesión, conocedor de su arte, pero débil matador de toros. Así, nunca reventó y se diluyó en décadas de poco toreo. Al primero lo lidió con decoro y despachó mal. En su segundo recibió un tope y un puntazo, que pudo ser peor. También lidió sin descollar y pinchó varias ocasiones. Así fue, así ha sido y así será.

El Juli estuvo bien pantallero, haciendo un toreo pop que la Plaza celebraba a rabiar pero la dichosa espada llevo a su lugar justo y después de pinchar y mal descabellar aplacó un bullicio descomunal. En el segundo estuvo aún más populachero, congraciándose con un público que le premiaba el buscar a una mula aquerenciada diciendo «míralo cómo se entrega aunque siendo un dios no le debe nada a nadie. Otro lo despacha». Supuesta honestidad donde no hubo nada. El efecto se terminó con una terrible estocada riñonera, cazando al bicho en afán de no perder los regalos. Aún así, no sirvió.

Bolívar también reventó a la Plaza en dos lidias parcas, pero que Parrandaveralejo coreaba. En el primero, la espada también se hizo Comandante, acabó la diversión y mandó a parar. En el último estoqueó bien y así se cerró una corrida que casi llena la Plaza pero como muchas cosas en Cali, tampoco fue suficiente. La nota es que durante esa faena escribí la reseña del día anterior. Nunca me había pasado, ya verán la emoción.

(No dejo de escribir, así a nadie interese que ya murió la Feria).

Abadía Vernaza

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Cañaveralejo y sus 440

Una Plaza parrandera, que tiene nombre de orquesta: Cañaveralejo y sus 440. Ay, Plaza de segunda, donde ser flaco y escurrido es lo que está de moda.

Los toros de Juan Bernardo Caicedo tenían buena cara, algo de casta pero todo rondando todos los 440 y algo kilos. Y eso cuando llegan. Que desconfianza brava la que genera cuado el cartel marca el 440 cerrado. ¿Será que eso pesa, así cerrado, como número para el chance? ¿O cuánto faltó para llegar al peso de reglamento? Igual acá el reglamento es una cosa que existe just for fun. De ahí a su aplicación, Ja! O sino, vea a la Presidencia de Cañaveralejo y su rector que ni sabe cuándo cambiar el tercio. O si no me cree, vea a los subalternos que piden capote después del primer par sin esperar al segundo. Y los que lo hacen se quedan mamando. Maricadas de esta Plaza, vos sabés.

Ayer era corrida mixta, con Javier Castaño, Guerrita Chico y Pablo Hermoso de Mendoza, el de los caballos.

Hace rato no me perdía un primer toro. Los trancones de Cali así me obligaron. Llegué al segundo de Guerrita. Ahora resumo eso, a lo bien.

En el rejoneo hubo un poco de bulla, parche, pero con rejoneador a bordo. Aunque dejó tocar varias veces a los caballos. Ese arte en puntas… Pero Pablo Hermoso cumplió, sin reventar a la afición. Primera tarde, pasado mañana vuelvo.

Guerrita Chico volvió a Cali y ¡mi madre, por favor no más! No te odio, para nada, pero ya es hora de ver otras cositas. Guerra tiene perserverancia y aguante al chiflido. Pero de buena onda, no hay nada.

Javier Castaño mostró torería, por allá escondida. Algo que casi no se ve en Cali, porque se llega a esta Plaza con una displicencia. Castaño se ha curtido, todos lo sabemos. Ahora lo vimos, dejó algo en la afición, pero parece que nunca es suficiente. Eso sí, al aficionado de verdad lo deja esperando. A ustedes les dejo el dato: Manizales, 6 de enero, Mondoñedo, Javier Castaño, Andrés de los Ríos, Eduardo Gallo. Consideren.

Ahora, una corrida más, de poco peso, picante, pero que aún deja qué desear.

Abadía Vernaza

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Otra corrida más

A veces, en este ejercicio de reseñar corridas just for fun uno llega a quedarse sin tener mucho para decir, ni bueno, ni malo. Ni rabón, ni divertido. Es que la corrida de ayer estuvo normal, dentro de los cánones de la tauromaquia posmoderna.

El encierro de Las Ventas del Espíritu Santo (propiedad del Maestro Rincón) estuvo muy en su tipo: toros de media cepa, irregulares en presentación y juego. Unos corpulentos pero con poca cara y poca encornadura, otros mejor armados pero con poco peso. Y en general, de muy poca fuerza, trayendo de nuevo esa lidia contemporánea a media altura y sin exigir mucho a los gatos. Así, carentes de ímpetus en los animales, transcurrió una corrida de las de ahora, como nos están tratando de acostumbrar. En el reconocimiento se quedaron dos, teniendo que ser cambiados a última hora. No me imagino qué eran.

En el 1ro., Vargas no entendió al negro, no sabía dónde pararse, moverse, sentarse. El otro tampoco ayudó. Así quedó. En su segundo toro (4to), Sebas Vargas quedó con ojo y tirria a su bicho astifino, después del susto en el primer lance y así, lo de destoreó, tratando de inventar una mansedumbre que no existía. Nada, la Plaza no le creyó.

En el 2do., El Juli lidió un toro completamente sometido, arrodillado. Si bien vale el llevarlo a ese punto, el animal carecía de ímpetu, nada de poder. Ahí podrían quedarse horas, con una bestia más que bruta. Cortó una oreja, por el cariño que le tiene esta Plaza tan sabrosa. En el 5to. El Juli le trató a un manso insoportable, de esos que el calor caleño hace aún más jartos. Así, nos aburrimos mal. Yo me pregunto qué tendrá Cañaveralejo para que tanto animal salte así, aterrado, saliendo despavorido. Vaya uno a saber.

La mejor nota de la tarde la tocó Iván Fandiño. En el 3ro. lidió con honestidad a un toro complicado y peligroso. Mandó y metió carne buscando ganar la pelea. Una oreja. Y al último, le sacó una faena interesante, con verda, con mucha torería. Lástima que al final cayó en el show del indulto que esta Plaza armó con animalete que apenas y entró al caballo. Igual tuvo que estoquear, siendo muy efectivo. Dos orejas y con esto abrir la Puerta del Señor de los Cristales.

En notas apartes, me entristece mucho las mañas y jugarretas que buenos subalternos de la casa han agarrado, alterando la faena. Ellos saben quiénes son.

Abadía Vernaza

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